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Dios hará naufragar tus planes....


Deja que el artista divino dirija su obra. Aunque no veamos las maravillas que Dios hace en nosotros, confiemos en Él, confiemos en su poder para hacer milagros. Dejémosle obrar y digamos con el salmista: “En Dios confío y nada temo, ¿qué podrá hacer un hombre contra mí? (Salmo 56:11). 

¿CÓMO ORAS TÚ?



¿CÓMO ORAS TÚ?

Salmo 63:1
“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela”

La Biblia nos exhorta a pasar tiempo en oración, pues esto fortalece nuestro espíritu y nos permite entablar una comunión íntima con nuestro Padre celestial. El pasaje de hoy nos dice que David solía buscar el rostro del Señor de madrugada y pasar tiempo con él. También el profeta Isaías buscaba diariamente la presencia de Dios. En Isaías 26:9, él expresó su anhelo: “Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte”. Y el mismo Jesús muchas veces pasaba la noche orando, como nos cuenta Lucas 6:12: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”. Sin duda es maravilloso retirarse por horas en la presencia del Señor, y dejar que la paz de su Santo Espíritu nos inunde. Sin embargo, en el mundo actual, en el que la vida se vive “a la carrera” sin apartar un tiempo para compartir con la familia o las amistades, generalmente a muchos les es difícil dedicar un tiempo largo para orar.

Una pequeña historia cuenta que un anciano harapiento, cada día a las doce entraba a un templo, permanecía unos pocos minutos dentro y se iba. El cuidador del templo estaba preocupado ante aquella extraña actitud. Todos los días lo vigilaba cuidadosamente para estar seguro que nada se llevaba. Y todos los días a las doce en punto entraba la andrajosa figura. Un día el cuidador se le acercó, y le dijo:
– Oiga, amigo, ¿a qué viene todos los días al templo?
– Vengo a orar – contestó cortésmente el anciano.
– Pero – dijo cautelosamente el cuidador – usted no se queda tanto tiempo como para orar.
– Solamente lo necesario. No sé hacer largas oraciones, pero todos los días vengo y digo: “Jesús, soy Jaime”. Entonces espero un minuto, y me voy. Pienso que él me escucha aunque sea corta la oración.

Un día, cuando cruzaba la calle, un vehículo arrolló a Jaime, y este fue hospitalizado con una pierna rota. La sala donde lo pusieron era un lugar molesto para las enfermeras encargadas. Algunos de los hombres estaban malhumorados y en actitud miserable y otros no hacían más que quejarse y gruñir desde la mañana hasta la noche. Poco a poco los hombres fueron dejando sus rezongos hasta que llegaron a mostrar alegría y conformidad. En una ocasión, cuando la enfermera recorría la sala, oyó reír a los hombres.
– ¿Qué les ha pasado? ¡Se ven tan contentos!
– Es el viejo Jaime, contestaron. Siempre está alegre, jamás se queja aunque su posición es bastante incómoda y padece fuertes dolores.
La enfermera fue hasta la cama de Jaime, donde con su cabeza plateada, yacía acostado con una mirada angelical en el rostro sonriente.
– Bien, estos hombres dicen que tú eres el causante de la transformación de esta sala. Dicen que estás siempre feliz.
– Es verdad, enfermera. No puedo evitarlo. Es mi visitante. ¡Él me hace feliz!
– ¿Visitante? – La enfermera estaba asombrada, porque no había notado que alguien estuviera visitando a Jaime. Su silla siempre estaba vacía durante las horas de visita.
– Cuándo viene la visita?, le preguntó.
– Todos los días – contestó Jaime con los ojos iluminados por una brillantez creciente – Sí, todos los días a las doce. Él viene y se para junto a mi cama. Yo lo veo allí. Él me sonríe y me dice: “Jaime, soy Jesús” –

Cuando sólo contamos con unos minutos, podemos dedicarlos a buscar la presencia de Dios con un corazón sincero y deseoso de adorarlo. Aunque nuestra oración sea corta, nuestro Padre celestial puede ver nuestro anhelo de estar cerca de él. No es necesario decir largas y complejas oraciones. Lo más importante es que salgan de un corazón humilde, y que estén apoyadas por una fe inquebrantable en el poder y el amor de Dios. También podemos tratar de mantener una conciencia de la compañía del Señor con nosotros durante todo el día y conversar con él siempre que podamos, ya sea mientras manejamos el automóvil, o en la sala de espera de la consulta del doctor, o mientras estamos esperando en una fila. De esta manera no nos parecerá tan difícil hacer lo que nos dice 1 Tesalonicenses 5:17: “Orad sin cesar.”

Oración:
Padre santo, te ruego que tu Espíritu Santo mantenga en mí el deseo de buscarte y adorarte en todo momento y en cualquier circunstancia, de manera que yo sienta constantemente el gozo y la paz de tu presencia en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

Salmo 9:9-10



Salmo 9:9-10

"El Señor es refugio de los oprimidos; es su baluarte en momentos de angustia. En ti confían los que conocen tu nombre, porque tú, Señor, jamás abandonas a los que te buscan". 

1 Juan 2:29



1 Juan 2:29
“Si saben que El es justo, saben también que todo el que hace justicia es nacido de El”

El hombre que es nacido de nuevo, o es regenerado, es un hombre santo. Procura vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, hacer las cosas que agradan a Dios y evitar las cosas que Dios aborrece. Desea continuamente tener en Cristo su ejemplo al igual que su Salvador y dar pruebas de ser amigo de Jesús haciendo todo lo que él ordena. Sabe que no es perfecto. Percibe, con dolor, su corrupción interior. Tiene conciencia de un principio maligno dentro de sí mismo que lucha constantemente contra la gracia y trata de apartarlo de Dios. Pero no lo consiente, aunque no puede impedir su presencia.

Aunque a veces puede sentirse tan bajo que cuestiona si es o no cristiano, podrá decir como John Newton: “No soy lo que debo ser, no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el más allá; pero aun así no soy lo que era, y por la gracia de Dios soy lo que soy”.


¡Gracia y Paz!
Editado por Carlos Martínez M.

Oscar Tapia

1 Juan 3:14



El hombre que ha nacido de nuevo ama a su PRÓJIMO, pero tiene un amor especial por los demás cristianos. Al igual que su Padre Celestial, tiene un gran amor por los que comparten su fe en Cristo. Al igual que su Señor y Salvador, ama a los peores pecadores y puede llorar por ellos, pero tiene un amor particular por los que son creyentes. Nunca se siente tan a gusto y en confianza como cuando está con ellos.

Siente que todos son miembros de la misma familia. Son sus compañeros soldados, luchando contra el mismo enemigo. Son sus compañeros de viaje, viajando por  el mismo camino. Los comprende, y ellos lo comprenden a él.

Pueden ser muy distintos a él de muchas maneras --en rango, en posición y en riquezas. Pero eso no importa, son los hijos e hijas de su Padre y no puede menos que amarlos. ¿Qué diría nuestro Amado Dios de ti? ¿Has nacido de nuevo?



¡Gracia y Paz!
Editado por Carlos Martínez M

Oscar Tapia

1 Juan 5:1

1 Juan 5:1
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”.

El hombre que es nacido de nuevo, o es regenerado, cree que Jesucristo es el único Salvador que puede perdonar su alma, que es la persona divina designada por Dios el Padre justamente para este propósito, y fuera de él no hay ningún Salvador. Se considera indigno. Pero tiene plena confianza en Cristo, y confiando en él, cree que todos sus pecados han sido perdonados. Cree que, porque ha aceptado la obra consumada de Cristo y la muerte en la cruz, es considerado justo a los ojos de Dios, y puede encarar la muerte y el juicio sin temor.

Puede tener temores y dudas. Quizá a veces diga que se siente como que no tiene nada de fe. Pero pregúntele si está dispuesto a confiar en otra cosa en lugar de Cristo, y vea lo que dice. Pregúntele si está dispuesto a basar su esperanza de vida eterna en su propia bondad, sus propias obras, sus oraciones, su pastor o su iglesia, y note su respuesta.


¡Gracia y Paz!
Editado por Carlos Martínez M.

Oscar Tapia

¿CÓMO ESTAS BUSCANDO A DIOS EN TU NECESIDAD?



¿CÓMO ESTAS BUSCANDO A DIOS EN TU NECESIDAD?

Marcos 10:46-52
“Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino”

El ciego Bartimeo tenía una gran necesidad, y sin duda él estaba consciente de cuál era su problema. Ciertamente la necesidad de Bartimeo era muy obvia, pero hay muchas personas que se resisten a aceptar que tienen un problema o simplemente no están conscientes de que lo tienen, y atribuyen la mala situación en que se encuentran a otras causas que probablemente no tengan la más mínima relación con su verdadero problema. El primer paso para resolver un problema siempre es estar consciente de la existencia de ese problema.

El segundo paso es acudir a quien puede resolver el problema. Con seguridad Bartimeo había oído hablar de Jesús, de su poder de sanidad, de sus milagros, de su amor y su compasión por los necesitados, y en su corazón él sabía que aquel hombre podía sanarlo. Sin lugar a dudas en la mente de Bartimeo no había solamente un deseo vago, nebuloso o sentimental de acercarse a Jesús. Había en él una decisión de vida o muerte. Una necesidad desesperada de obtener del Señor lo que sólo él podía darle. ¿Es así como buscas a Dios en tu necesidad?

Entonces Jesús se detuvo y mandó que lo trajeran a él. Cuando Bartimeo lo supo, dice este pasaje que se apresuró a acercarse a Jesús. Generalmente no faltan los obstáculos y las dificultades cuando necesitamos acercarnos al Señor. En esta ocasión, Bartimeo se encontró primero con la oposición de aquellos que lo mandaron a callar. Después, la capa que le impedía moverse con facilidad la arrojó a un lado, y ni su propia ceguera fue impedimento para que llegara prontamente al lado de Jesús. Este tipo de actitud inconmovible es lo que hace que las cosas sucedan. Es la actitud de fe que Dios espera de nosotros. Entonces Jesús le preguntó a Bartimeo: “¿Qué quieres que te haga?”

Esta pregunta refleja absoluta y total seguridad de que el Señor puede resolver cualquier problema o suplir cualquier necesidad por imposible que sea para nosotros. No sólo Bartimeo recobró su vista, sino que además obtuvo algo mucho más importante: la salvación de su alma por medio de su fe. Y es esta la manera en que Dios obra en nuestras vidas cuando confiamos en él y venimos a él en busca de ayuda. Siempre nos da más de lo que pedimos o de lo que merecemos.

La Biblia nos exhorta a venir al Señor en busca de ayuda. Dice Hebreos 4:16: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. No importa cuál es tu necesidad, no importa cuán grande es tu problema, no importa si te han dicho que no existe una solución. El Dios que todo lo puede está dispuesto a ayudarte, a sostenerte, a fortalecerte, a sacarte del pozo donde te encuentras por hondo que éste sea. Sólo tienes que venir a él, confiando plenamente que él puede ayudarte.

Oración:
Padre santo, te ruego aumentes mi fe, para que yo pueda desarrollar una actitud como la de Bartimeo echando a un lado todos los obstáculos e impedimentos que el enemigo pone entre tú y yo, y así acercarme confiadamente a tu trono de gracia en busca de ese socorro que tanto necesito, y que sólo tú me puedes dar. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla