¿CREES QUE REALMENTE ERES LIBRE?
Juan 8:31-32
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían
creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente
mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”
Cuando Jesús pronunció estas palabras estaba hablando con
un grupo de judíos que habían creído en él. Ellos le respondieron: “Linaje de
Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis
libres?” Desde el punto de vista humano, libertad es la capacidad de poder
escoger o actuar con poca o ninguna restricción o límites. Sin embargo, en el
aspecto espiritual y de acuerdo a los principios divinos esta definición es
realmente una descripción de rebeldía, donde la sumisión a una autoridad se
rechaza y cada uno hace lo que más le place. En realidad la verdadera libertad es aquella que nos
libera de la esclavitud del pecado y de la condenación eterna, y ésta sólo se
encuentra sometiéndonos a la voluntad de Dios. A esto se refirió Jesús.
En su carta a los Romanos el apóstol Pablo escribió: “¿No
sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois
esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la
obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual
fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la
justicia” (Romanos 6:16-18). Esto significa que, queramos o no, somos siervos o
esclavos de alguien o de algo. El problema es que si somos esclavos del pecado
caminamos en dirección a la destrucción y a la desgracia, y finalmente a la
condenación eterna. Por el contrario si somos siervos de la verdad y la
justicia representadas por la palabra de Dios, entonces somos verdaderamente
libres y disfrutaremos de vidas bendecidas. Esto puede parecer una paradoja,
pero es absolutamente cierto y debemos creerlo por fe.
El primer paso para la verdadera libertad es reconocer en
que aspectos no somos libres, es decir identificar esas áreas de nuestras vidas
que están sometidas a la esclavitud de algún vicio o algún pecado específico.
Aquellos que no han recibido a Cristo como Salvador están atados a la
incredulidad. Ellos no pueden creer en Dios ni confiar en las promesas de las Santas
Escrituras porque tienen “el entendimiento entenebrecido”, dice Efesios 4:18.
El pecado les impide ver su condición de esclavos y por lo tanto no admiten que
necesitan un salvador que los libere.
Los cristianos tenemos que ser cuidadosos, pues también
podemos caer en algún tipo de esclavitud, especialmente en lo que se refiere a
alguna dependencia, las cuales a veces son tan sutiles que resultan difíciles
de identificar. Algo en apariencia tan simple como sentirse inferior, por
ejemplo, es un tipo de esclavitud que puede influir en la manera en que
reaccionamos ante las demás personas. Nuestras respuestas a los desafíos de la
vida pueden estar afectadas por este sentimiento, y nuestra habilidad de pensar
o actuar puede disminuir. También afectan nuestra capacidad de confiar en Dios
y obedecerle. Y a la larga estos sentimientos de inferioridad o rechazo pueden
limitar notablemente nuestra capacidad para ser testigos de Jesucristo. De
igual manera otros sentimientos, o pensamientos, o deseos, o hábitos pueden
considerarse cadenas que nos esclavizan de una manera u otra afectando nuestra
relación con Dios.
Dios quiere que caminemos en libertad. La Biblia nos
enseña que somos verdaderamente libres cuando sabemos cuál es nuestra posición
en Cristo, nuestra identidad en Cristo, y todas nuestras posesiones en Cristo.
El camino al descubrimiento de estas verdades lo encontramos sólo a través de
la poderosa Palabra de Dios. Medita en este capítulo 8 del Evangelio de San
Juan. Pide al Señor que te dé discernimiento para descubrir las cadenas
espirituales que te impiden actuar libremente, y la fuerza espiritual para
rechazarlas en el nombre de Jesucristo. Aplica a tu vida la verdad que
encuentras en la Santa Palabra de Dios y serás verdaderamente libre.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla