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lunes, 2 de junio de 2014
¿SABES ESPERAR EN EL SEÑOR?
¿Sabes esperar en
el Señor?
Isaías 40:31
“Los que esperan en el Señor tendrán nuevas
fuerzas; levantarán vuelo como las águilas; correrán y no se cansarán,
caminarán y no se fatigarán”.
Si hiciéramos una encuesta preguntando a la gente si le
agrada esperar, sin lugar a dudas la gran mayoría diría un rotundo “¡no!”. A
nadie le gusta esperar. Hay un dicho popular que dice: “El que espera desespera”.
Éste nos muestra la actitud general de aquellos que al esperar entran en un
fuerte estado de desesperación. Ejemplos de esto podemos verlos cuando nos
encontramos en medio de un tráfico muy congestionado, o cuando llevamos horas
esperando en la consulta de un médico, o en una larga fila para pagar en una
tienda. Peor aún es la situación en que esperamos noticias importantes que
parecen no llegar nunca o la resolución de un conflicto que está afectando
nuestras vidas. En estas situaciones y otras por el estilo, un incómodo
sentimiento de impaciencia y desasosiego comienza a apoderarse de nosotros.
Como cristianos, nosotros tenemos recursos divinos para
poder enfrentar y vencer los tiempos de espera. La Escritura de hoy nos dice
que los que esperan en el Señor “tendrán nuevas fuerzas”, es decir recibirán
interiormente un poder que los fortalecerá y los capacitará para mantenerse
firmes y actuar de manera que las circunstancias se tornen favorables. Entonces
podrán decir como dijo el apóstol Pablo en su carta a los filipenses, la cual
escribió estando preso en una cárcel romana: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Filipenses 4:13). Continúa el pasaje de hoy diciendo que los que
esperan en el Señor “levantarán vuelo como las águilas”, refiriéndose a la
capacidad de estas aves de volar a muy grandes alturas, donde abre sus alas
para dejarse llevar tranquilamente por la corriente de los vientos. Para
nosotros significa levantar vuelo sobre las preocupaciones y problemas y
dejarnos llevar por las suaves corrientes del Espíritu de Dios. ¡Maravilloso!
Por último dice que “correrán y no se cansarán, y caminarán y no se fatigarán”.
Esto nos habla de resistencia y perseverancia, indispensables en los tiempos de
espera. Tus tiempos de espera pueden ser tiempos agradables y provechosos si
pones tu confianza en el Dios todopoderoso y esperas pacientemente a que él
obre.
El rey David, en su juventud, escribió Salmos que
expresaban un ferviente deseo de que Dios terminara con sus enemigos
inmediatamente. Se sentía acosado, perseguido y desesperado y clamaba a Dios
pidiendo la destrucción de aquellos que buscaban eliminarlo. Por ejemplo, David
escribió en el Salmo 55:9: “Destrúyelos, oh Señor; confunde la lengua de ellos;
porque he visto violencia y rencilla en la ciudad”. Sin embargo, después de
años de experiencia y un profundo conocimiento de Dios, siendo un anciano,
David escribió el Salmo 37. Aquí muestra una actitud completamente distinta.
Dicen los primeros siete versículos de este Salmo: “No te impacientes a causa
de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como
hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán. Confía en
Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad.
Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia
como la luz, y tu derecho como el mediodía. Guarda silencio ante Jehová, y
espera en él”. A través de las pruebas por las que pasó, David llegó a conocer
íntimamente a Dios. Entonces le resultó fácil esperar en él.
Cuando nos deleitamos en la presencia del Señor cada día
de nuestras vidas, leyendo su palabra y meditando en ella, y pasando tiempo en
oración, llegaremos a confiar plenamente en él y no nos resultará difícil
esperar, porque sabremos que él va a concedernos las peticiones de nuestros
corazones, conforme a su perfecta voluntad y en su perfecto tiempo.
ORACIÓN:
Amado y Eterno Padre, hoy te entrego mi impaciencia y
todos mis afanes. Dame la gracia de aprender a esperar en ti confiadamente como
lo enseña tu santa Palabra. Ayúdame a deleitarme en tu presencia mientras
espero pacientemente tus bendiciones que han de venir. En el nombre de Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
¿NO TE ASOMBRA LA GRACIA DE DIOS?
¿No te asombra la
gracia de Dios?
Efesios 2:4-10
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por
su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio
vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó,
y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para
mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su
bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas”.
En su
libro “What’s so amazing about grace?” (¿Qué es tan asombroso acerca de
la gracia?), el escritor cristiano Phillip Yancey dice que el mundo tiene una
necesidad y una sed de gracia en maneras que no es capaz de reconocer. Él
escribe: “No es una gran sorpresa que el himno “Sublime Gracia” haya estado
entre las diez canciones favoritas del público doscientos años después que se
escribió.” John Newton, compositor del himno, que había sido ateo y comerciante
de esclavos, había estado sediento de gracia. Cuando descubrió la gracia de
Dios, nunca salió de su asombro. Y la gente nunca ha dejado de cantar su himno
“Sublime Gracia”.
Agustín de Hipona fue un hombre nacido en el norte de
Africa a mediados del siglo IV. Durante su juventud vivió una vida lujuriosa e
inmoral, la cual narra con vergüenza en su libro “Confesiones”. Este libro es
un relato autobiográfico de su jornada espiritual; es una obra maestra de
investigación psicológica del corazón del hombre ante Dios. En su libro,
Agustín narra que en medio de aquella vida de placeres sexuales y codicia había
un constante vacío imposible de llenar. Un día conoció al Señor, abrió su
corazón a Cristo y su vida cambió totalmente. Entonces pudo experimentar una
verdadera y profunda paz que antes no conocía. Después de su conversión,
Agustín renunció a todas sus posesiones, fundó un monasterio y se retiró por
tres años a orar y meditar en la Palabra de Dios. Allí escribió varios libros y
poemas dedicados a la infinita gracia de Dios. En uno de ellos expresó su
sentir de la siguiente manera: –Ahora siento una infinita paz, y sólo amor es
mi respuesta a ti, Señor; aunque la espalda te dí, tú me salvaste porque
siempre me amaste, Señor.
¿Qué es, pues, la gracia de Dios? “Gracia” es un regalo.
Aún más, es un regalo inmerecido. En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo dice
que Dios nos amó “aun estando nosotros muertos en pecados”. O sea, gracia es el
favor de Dios derramado sobre quienes no podían hacer nada para ganarlo, puesto
que estábamos muertos espiritualmente. Es también gracia la provisión de Dios de
comunión espiritual con los demás (v.5, 6); es el instrumento de Dios para dar
salvación a todo el que cree (v.8); y la divina influencia de Dios que equipa a
todo creyente para que cumpla Sus propósitos. Pablo resumió las incontables
virtudes de la gracia de Dios llamándolas “abundantes riquezas en su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús” (v.7). Esta es la gracia de Dios: Darnos lo que no merecemos. Por su infinito
amor.
La gracia de Dios no sólo es asombrosamente rica, sino
que también es totalmente gratis. Así dice Romanos 3:24: “Siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. Es
decir, el Dador mismo ha pagado el precio. Saciémonos de la asombrosa gracia de
Dios para que podamos dar gracia a un mundo sediento y necesitado.
ORACIÓN:
Mi amoroso Padre, no podré jamás entender tu infinita
gracia y misericordia, pero por ellas tengo la esperanza de vida eterna junto a
ti. Gracias por darme este precioso regalo aun cuando yo no lo merecía. Por
favor, ayúdame a expresarte mi amor y mi agradecimiento, con toda mi alma y con
todo mi corazón y con todas mis fuerzas. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla