¿Derrotado o en victoria?
1 Corintios
15:54-57
“Cuando lo
corruptible se revista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad,
entonces se cumplirá lo que está escrito: “La muerte ha sido devorada por la
victoria.” ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley.
¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo!”
Para los
inconversos, la victoria está definida por circunstancias favorables en su vida
en un momento determinado. Cuando la situación cambia y se vuelve negativa, el
sentido de victoria desaparece y da lugar al fracaso. Y así va por esta vida de
fracaso en “victoria” y de “victoria” en fracaso, de desilusión en triunfo, de
decepción en esperanza dependiendo de las circunstancias. La vida cristiana,
por el contrario, es siempre una vida de victoria gracias a lo que Cristo hizo
una vez y para siempre en la cruz del Calvario. Nuestra victoria consiste en
reconocer a Cristo como nuestro Salvador y llegar a ser hijos de Dios. Antes
vivíamos en el reino de tinieblas bajo las garras del diablo, hundidos en la
maldición y el pecado pero al ser librados de ellas por nuestro Señor, nuestra
posición y perspectiva de la vida cambió radicalmente. Salimos de un reino
derrotado a un reino victorioso.
Dios no nos promete
una vida sin problemas o dificultades, pero sí nos asegura que aún en medio de
difíciles situaciones podemos obtener la victoria. Jesús les dijo a sus
discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Nuestra
victoria es principalmente espiritual, pero afecta profundamente lo físico y lo
emocional. Esto tenemos que creerlo de todo corazón y rechazar todo pensamiento
negativo que el enemigo ponga en nuestras mentes. Aquí reside fundamentalmente
nuestra victoria, en creer lo que dice la Palabra de Dios aunque las circunstancias a
nuestro alrededor estén gritando a toda voz que estamos derrotados. Esto se
llama “Fe”. “Fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no
se ve” (Hebreos 11:1).
El apóstol
Pablo, después de su conversión en el camino a Damasco, sufrió como nunca antes
en su vida. Fue torturado, golpeado, humillado y encarcelado, pero nunca se
consideró derrotado sino victorioso. Nunca antes en su vida había sentido una
paz y un gozo tan genuinos como sentía ahora en medio de circunstancias tan
negativas. Por eso, en la escritura de hoy, él escribió: “¡Pero gracias a Dios,
que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”. Esta seguridad
en la victoria es algo poderoso que nos enseña que no importa cuan bajo
lleguemos, si confiamos en Dios siempre seremos sostenidos por él. No importa
cuantas necesidades tengamos, con Dios tenemos siempre la seguridad de que cada
una de ellas será suplida “conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”
(Filipenses 4:19). No importa cuan negativas parezcan las circunstancias que
nos rodean, al final todas estas circunstancias darán lugar a un resultado
favorable para nosotros por la gracia y el poder de Dios, pues “sabemos que a
los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Esta es la verdadera
victoria.
Nuestra victoria
espiritual en Cristo debe ser nuestro aliento y motivación para enfrentar cada
día de nuestras vidas. La clave para ser un ganador en la vida es ser primero
un triunfador interior. Eso sólo puede hacerlo nuestro Señor. Dice Romanos
8:37: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel
que nos amó”. En la vida somos más que vencedores por la gracia del Señor
Jesucristo. Cultiva una íntima comunión con el Señor por medio de la lectura de
la Biblia y la
oración diariamente y podrás disfrutar plenamente esa victoria cualesquiera
sean las circunstancias que te rodeen.
ORACIÓN:
Padre mío, Gracias
Señor por este nuevo día. Gracias por la oportunidad que me das de servirte. Gracias
por tu Palabra, porque por medio de ella conozco las bendiciones que tu tienes
para mi día con día; gracias porque aún en medio de mis problemas y
dificultades, tú siempre me llevas de triunfo en triunfo. Gracias porque tu me
enseñas que no importa cuan difíciles sean mis circunstancias, todas me ayudan
a bien. Gracias por la victoria que Jesús obtuvo en la cruz; gracias porque se que
esa victoria también es mía. Gracias porque que no importa cuantas necesidades
tenga, se que en ti tengo la seguridad de que cada una de ellas será suplida conforme
a las riquezas en gloria en Cristo Jesús. A ti mi Dios sea toda honra y alabanza
por siempre, En el nombre de Jesús. Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla