Proverbios 18:22
"El que
halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová".
Desde el
principio de la creación el Señor estableció esta verdad: "No es bueno que
el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él" (Génesis 2:18).
Pero eres mucho
más que una compañera idónea, “eres la que con tus manos edificas la casa,
mientras que la necia con las suyas la derriba” (Proverbios 14:1). El perfume
embriagante de tu presencia, llena de gracia y frescura el hogar.
Ese lugar que
puede estar adornado con los más exquisitos adornos que el dinero permite
comprar, si no estás tú, pasa a ser un frío y lúgubre mausoleo donde todo
palidece. Y ese modesto hogar donde el Soberano Dios te puso a ti, aún lo más
simple brilla con inusitada gracia y esplendor.
Dichoso el
hombre que después de una agotadora jornada pueda llegar a su hogar, y
encontrar a su esposa afanada en agradar a su amado y transformar ese lugar en
un manantial, donde ella se mueve como entre alelíes y las abejas revolotean
con un beso de miel. Eres el sol, la luz y el viento que vuelan por ese lírico
paisaje de amor.
Pero eres mucho
más, eres la sabia administradora que puede multiplicar con gracia y sabiduría
el escaso presupuesto que dispones, en delicados manjares que llenan de
satisfacción a aquellos que con amor deseas agradar.
Eres la madre, y
en esta condición tan especial, me hundo en un mar profundo sin poder tocar
fondo para encontrar palabras y describir la grandeza de tu amor, lleno de un
perfume enervante de tu núbil candor.
Con cuanta
dedicación y desvelos cuidas a los retoños que Dios te da. Creo que no existe
otra labor más fatigante y abrumadora, que esa que el Creador te encomendó, de
guiar a los tuyos como un faro en medio del tortuoso mar.
No deja de
maravillarme el hecho que cuando rendida y extenuada caes en un sueño profundo,
que ni el rugir de los poderosos motores de un avión te pueden despertar, pero
basta un simple quejido de tu niño para levantarte de un brinco y correr a su
lado para derramar en libación tu amor.
Te admiro mujer,
por tu fortaleza y dedicación. Cuanta paciencia y consagración te ha otorgado
el Creador, que sabes sostener la arquitectura del silencio y del olvido en los
agrestes caminos de la ruta estival.
El mundo es un
mercado donde los hombres compran honores, voluntades y conciencias. Pero tú,
mujer cristiana, eres como un manantial de aguas cristalinas y espumeantes
sobre los pedregales, que se van suavizando en sus aristas con tu gracia tan
especial.
Pero sabe que
este mundo un día estará en mies en un granero celestial. Y allí, cuando los
ángeles recojan los frutos de la cruz y el Señor nos traslade a Su gloria
divinal.
Entonces muchos
grandes predicadores se apresurarán a buscar las mejores coronas que el Rey de
reyes repartirá. Pero seguramente escucharán avergonzados por su falta de
humildad: "No, ésta, la más especial, es para la mujer que supo ser
esposa, madre y arquitecta de su propio hogar.
Sí, mujer
cristiana, tú que has llevado tu cruz en silencio y sin publicidad, te está
aguardada una corona muy especial.
Ya viene el día,
porque el Señor así lo prometió, que todas las cosas habrán de salir a la luz.
Y tu abnegación, consagración y santidad, no serán olvidadas por el Creador.
¡Oh! Mujer
cristiana cuan hermosas recompensas te esperan en la gloria. Eres un lirio del
alba donde el rocío de la gracia divina brilla como cristalinas diademas y eres
la tenue brisa que refresca el mustio camino de este mundo.
Amado Hermano: Tú
que has sido bendecido con la compañía de una esposa, regocíjate con ella en tu
juventud y en tu vejez, "como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias
te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre" (Proverbios
5:19). Porque esto es lo que agrada al Señor en verdad y eternamente.
“Gracia y Paz”
Edición: Carlos
Martínez M.
Jack Fleming