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jueves, 29 de agosto de 2013

Oración


ORACIÓN:

Padre celestial, te doy gracias por la vida que me das y por tu misericordia inmerecida. Hoy te pido que derrames tu amor en mi corazón por medio de tu Santo Espíritu y por favor… ayúdame a mostrarlo con hechos a mi prójimo y a todos aquellos que están en necesidad en estos momentos, para que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

¿MUESTRAS TÚ A LOS DEMÁS EL AMOR DE CRISTO?



Mateo 22:36-39
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Cuando un intérprete de la ley le preguntó a Jesús cuál era el principal mandamiento, él le respondió que amar a Dios por sobre todas las cosas, y después le dijo que el segundo mandamiento era semejante, es decir tan importante como el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Para Dios es de suma importancia que nos amemos los unos a los otros. Tan importante como que le amemos a él. De hecho, el fundamento básico de la vida cristiana consiste en amar a Dios y al prójimo. Si no actuamos de esta manera algo anda mal, y la Biblia nos llama mentirosos. Así dice 1 Juan 4:20: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”

El Espíritu Santo pone el amor de Dios en nuestros corazones. El apóstol Pablo dice en su carta a los Romanos que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Romanos 5:5). Una vez que este amor ha sido derramado en nuestros corazones, deliberadamente comenzamos a identificarnos con los intereses y propósitos de Jesucristo en las vidas de otros. El resultado obvio de este proceso es sentir el deseo de obedecer los mandatos de Jesús. Y el Señor nos manda que nos amemos. Dice Juan 13:34-35: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.

Después de su conversión en el camino a Damasco (Hechos capítulo 9) Pablo fue un hombre santo, entregado totalmente al servicio del Señor, y por donde quiera que iba compartía con todos el amor que Dios había puesto en su corazón, y en todo momento formaba parte de sus enseñanzas. En su carta a los Efesios, por ejemplo, los exhortó a que mostraran el amor de Dios “soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:2-3). Deberíamos siempre seguir su ejemplo, pero muchas veces nos concentramos sólo en nuestras propias metas, por lo que los demás no pueden ver reflejado en nosotros el amor de Dios, y el Señor no puede usarnos de la manera que él desea. Tenemos que luchar contra la tendencia humana a amar las cosas que nos permiten obtener beneficios materiales, en lugar de amar y obedecer al Señor, y así disfrutar de la paz, el gozo y el amor del Espíritu Santo.

La comunión con Jesús implica más que ir a la iglesia o estar en oración a solas con él. Es necesario que como resultado de este tiempo devocional, en nuestros corazones se produzca el deseo de mostrar la luz, la paz y el amor de Jesucristo al mundo que nos rodea que tan necesitado está de la gracia de Dios. A nuestro alrededor hay personas con necesidades de todo tipo. Muchas veces nuestro corazón se oprime ante tanta desgracia y sentimos lástima por ellos, pero, ¿hemos hecho algo por mostrarles el amor del Señor? No solamente debemos orar pidiendo a Dios que los ayude, sino también debemos mostrarle el amor de Cristo ayudándolos de alguna manera.

¿Por qué no te propones desde este momento obedecer al Señor, y a la vez agradarle no sólo mostrando tu amor a tus seres queridos, sino también a tus vecinos, compañeros de trabajo, e incluso a personas que no conoces que te encuentres hoy en la calle? Hazlo en el nombre del Señor, pues él no lo va a pasar por alto, todo lo contrario, él te recompensará. Así dice la Biblia en Colosenses 3:23-24: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.

ORACIÓN:
Padre celestial, te doy gracias por la vida que me das y por tu misericordia inmerecida. Hoy te pido que derrames tu amor en mi corazón por medio de tu Santo Espíritu y por favor… ayúdame a mostrarlo con hechos a mi prójimo y a todos aquellos que están en necesidad en estos momentos, para que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”
Dios te Habla


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ONCE MIL MANERAS DE LLEGAR AL CIELO



«Tengo que ir al cielo, y ya sé como ir» dijo Raput Jungimere, de sesenta años, un anacoreta de la India.
        
Y tendió en el suelo una cama de puntillas de tres metros de largo por uno de ancho. Y sobre esa cama de puntillas se acostó a dormir. Para él, esa era su manera de ir al cielo. Pero a los seis meses desistió de su propósito. Se había llenado de tantas pulgas que las picadas de los insectos eran un tormento mayor que el de los clavos.

En este mundo hay muchas maneras propuestas de ir al cielo. A lo largo de seis mil años de historia civilizada, el hombre ha ensayado no menos de once mil maneras diferentes de llegar al cielo y alcanzar la gloria.

Son esas las tantas religiones que se disputan, con buenas y con malas artes, la devoción de los interesados.

Hay quienes piensan que el sacrificio corporal lo prepara a uno para irse al cielo. Son los que se encierran en celdas de monasterio, ayunan días enteros, o se flagelan con látigos de acero, o se sajan la carne hasta hacer que corra la sangre, o se acuestan en camas de puntillas como Raput Jungimere. Son los que renuncian a todos los bienes y los placeres del mundo, y niegan a su alma todo lo que es bueno y placentero y sano, buscando aligerarla de todo peso mundanal. Son los que escogen una carrera religiosa, y hacen votos de castidad, de pobreza y de obediencia, y se rasuran la cabeza y salen a mendigar por las calles.

Pero nada de eso lleva a nadie al cielo. Ni camas de clavos, ni votos de pobreza, ni sacrificios personales, ni millones de dólares, ni bañarse en el Ganges, ni peregrinar a La Meca, ni colgarse una medallita, ni pagar una indulgencia, ni siquiera tratar de ser lo más bueno que se pueda. Se llega al cielo mediante el don de la gracia salvadora de Cristo por su sacrificio en la cruz del Calvario. Se llega al cielo mediante un sometimiento puro y sincero a la soberanía de Jesucristo, el Hijo de Dios. Se llega al cielo mediante un arrepentimiento verdadero. Dios nos tiene preparado un hogar allá en el cielo, y espera que sigamos sus instrucciones para poder ocuparlo.


“Gracia y Paz”

¿Qué hay que hacer para ser salvo?


¿HAS INTENTADO REPARAR TUS RELACIONES ROTAS?



2 Corintios 5.17-21
“Cuando el pecado entró en el mundo, muchos aspectos de la existencia fueron afectados negativamente, entre ellos las relaciones. Se creó una barrera entre Dios y la humanidad, y también entre las personas”.
        
Desde que Adán y Eva pecaron, todas las generaciones posteriores han tratado de ocultar su pecado, esconderse de Dios, y culpar a los demás. Por tanto, las familias se distancian, las amistades se acaban, y a quienes amamos una vez se convierten en nuestros enemigos.

Reparar las relaciones rotas no se hace con rapidez ni tampoco es fácil, pero como creyentes estamos llamados a vivir en armonía unos con otros. Porque sabemos que el pecado distanció a la humanidad de Dios, podemos aprender cómo arreglar las cosas considerando lo que hizo el Señor para reconciliarnos con Él.

Toma la iniciativa: El Señor se acercó a nosotros cuando éramos sus enemigos (Romanos 5:6-11), y Él nos llama a hacer lo mismo, ya sea que seamos el agraviante (Mateo 5:23-24) o el agraviado (Lucas 6:27-28).

Perdona todas las ofensas: Se nos dice que perdonemos a los demás de la misma manera que Dios nos perdonó a nosotros (Colosenses 3:12-13). Esta renuncia incondicional a nuestro derecho de hacer a otros pagar sus agravios, no está limitada por el grado ni por las veces que nos ofendan.

Esfuérzate por restaurar la relación: Dios nos reconcilió en Cristo, no tomando en cuenta nuestros pecados (2 Corintios 5:17-21.). Siguiendo su ejemplo, debemos reconciliarnos unos con otros con amor, sin aferrarnos a los agravios recibidos (1 Corintios 13:4-5).

Espera, y confía el resultado a Dios: El perdón es obligatorio, pero la reconciliación es una calle de dos vías. Así como muchas personas rechazan la oportunidad de reconciliarse con Dios por medio de Cristo, hay quienes pueden negarse a participar con nosotros en la reparación de una relación humana. Dios, quien desea que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), responde esperando con paciencia. Del mismo modo, debemos hacer esfuerzos por vivir en paz y vencer el mal con el bien. La manera de hacerlo es siendo benévolos y bendiciendo a quienes rechazan la restauración (Romanos 12:17-21; 1 Pedro 3:8-12).
Preguntas para reflexionar

¿Tienes tu alguna relación que necesitas reparar? ¿Qué te está impidiendo iniciar la reconciliación?

Si has intentado la restauración, pero la otra persona te ha rechazado, ¿de qué manera estás tu respondiendo? A pesar del distanciamiento, ¿qué puedes tu hacer para mostrar amor y amabilidad?


“Gracia y Paz”

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