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martes, 25 de junio de 2013

¿SIENTES ODIO POR ALGUIEN?


Efesios 4:31-32
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Uno de los sentimientos más destructivos que puede tener un ser humano es el odio. Proverbios 10:12 dice: “El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas”. El odio proviene del diablo quien lo usa para lograr uno de sus objetivos en este mundo: destruir la vida y el espíritu de quienes no están al tanto de sus artimañas. El amor, por el contrario, nace de Dios pues es fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22). El odio es totalmente opuesto al dulce sentimiento de amor que proviene de Dios, y que debe ser característico de todo aquel que tenga a Jesucristo en su corazón. Sin embargo, aun dentro de la iglesia no es difícil encontrar personas que muestran una actitud hostil y totalmente falta de amor hacia otros. Piensa por un momento: ¿Cómo puede brillar la luz redentora de Cristo en una vida que está llena de odio, ira y resentimiento? ¡Imposible!

El apóstol Pablo muestra su preocupación en este aspecto al escribir a los cristianos de Efeso. En el pasaje de hoy les advierte acerca de la existencia de sentimientos tales como amargura, enojo, ira y otros similares y los exhorta a eliminarlos, y por el contrario ser benignos y misericordiosos unos con otros, y perdonar las ofensas de la misma manera que Dios los perdonó. El problema es que de no hacerlo, estos sentimientos negativos pueden crecer y dar lugar a resultados terribles. En primer lugar afectan profundamente la comunión con Dios, y en segundo lugar, la relación con todos los que están alrededor se irá deteriorando hasta convertirse en antagonismo y enemistad. El autor de la carta a los Hebreos lo expresa de esta manera: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (Hebreos 12:15). O sea, un simple enojo o una pequeña ofensa pueden llegar a convertirse en odio, a veces imperceptiblemente, si no perdonamos a aquel quien nos ofendió. De ahí este sabio consejo: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”, dice Efesios 4:26.

La incapacidad para perdonar a aquellos que les han ofendido o herido de alguna manera es una de las razones fundamentales por las que los creyentes pueden llegar a sentir odio por alguien. ¿Cómo actúas tú en situaciones como esta? Piensa en alguien que te hirió en el pasado, y considera estas tres actitudes:

Primero, ¿viene a tu mente con frecuencia la imagen de esa persona? ¿Piensas frecuentemente en la situación que dio lugar al disgusto? Si sientes odio por esta persona no será fácil quitártela de la mente, y habrá ocasiones en que te despertarás en medio de la noche pensando en ella y con un sentimiento de amargura en tu corazón.

Segundo, ¿puedes desear el bien para esa persona que te hirió? Si tú la odias, con seguridad no podrás sentir el deseo de que todo le vaya bien en su vida.

Tercero, ¿en lo profundo de tu corazón deseas que esa persona sufra de la manera en que tú has sufrido? Si lo sientes así, no hay duda de que hay odio en tu corazón.

Si has contestado sí a una o más de estas preguntas, debes urgentemente poner en práctica el consejo del pasaje de hoy: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. La única manera de sacar esos sentimientos de tu corazón, y evitar males mayores en tu vida es perdonando a los demás, “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Misión nada fácil. En muchas ocasiones, imposible de lograr, humanamente hablando. Pero si echas a un lado la tendencia de la naturaleza carnal, y permites al Espíritu Santo obrar en tu vida, poco a poco él te irá conformando a la imagen de Jesucristo, y podrás imitarle aun en las situaciones más difíciles. Así serás capaz de decir como Jesús dijo en medio del terrible dolor de la crucifixión: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

ORACIÓN:
Padre santo, confieso delante de ti que no puedo sacar de mi corazón los sentimientos de odio y los deseos de venganza que están afectando mi vida. Te ruego que tu Santo Espíritu obre en mi vida, y arranque de mí esas raíces de amargura que me impiden alcanzar tu gracia. En el nombre de Jesús te lo pido, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla