Romanos 16:17-18
“Mas os ruego, hermanos, que os
fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que
vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no
sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves
palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”.
Uno de los cuadros que el pintor
Leonardo da Vinci se tardó más en pintar fue el de la Última Cena. Una leyenda
cuenta que él tenía en su mente una imagen de cada uno de los personajes, así
que se dio a la tarea de encontrar modelos adecuados. Al primero que encontró
fue el que representaría a Jesucristo. Era un joven de muy buena apariencia, el
cual emanaba gran fuerza espiritual. Después, poco a poco fue encontrando el
modelo apropiado para cada uno de los apóstoles. Pasaron varios años, y el
cuadro estaba aún incompleto. Sólo le faltaba un personaje, Judas Iscariote.
Leonardo pensaba que debía ser alguien que representara la más baja mezquindad,
alguien que al verlo provocara una sensación de repulsión. Después de una larga
búsqueda, finalmente lo encontró en una prisión. Este era un hombre
despreciable, al cual habían condenado a muerte por una larga cadena de graves
delitos. Era un reflejo de lo más bajo a lo que podía llegar un ser humano.
El pintor se presentó a este
hombre. "¿Sabes quién soy?", le dijo.
- ¿Quién no lo sabe? Tú eres el
maestro Leonardo.
- Te necesito para que seas
modelo de una de mis pinturas, le propuso Da Vinci.
- ¿Y qué cuadro estás pintando?
- El de la Última Cena.
- ¿Y qué personaje seré yo?
- Serás Judas Iscariote.
Aquel hombre guardó silencio y
bajó la cabeza. Y de repente empezó a llorar desconsoladamente. Lentamente
levantó la mirada hacia el pintor mientras le decía con el dolor reflejado en
su rostro: "¡Leonardo! ¿No me reconoces? Yo soy aquél con el que iniciaste
ese cuadro… hace muchos años”. Ayer Cristo... ¡Ahora Judas! ¡Qué enorme caída
en el aspecto espiritual!
Cuando el Espíritu Santo se
manifestó de manera poderosa el día de Pentecostés, los apóstoles y los que
junto con ellos esperaban la promesa del Señor “fueron todos llenos del
Espíritu Santo”, dice Hechos 2:4. Entonces Pedro se dirigió a todos los judíos
que estaban reunidos en aquel lugar, y les habló de la salvación a través de la
muerte y resurrección de Jesús, y los exhortó a que se arrepintieran de sus
pecados y se bautizaran. Y dice la
Biblia que “los que recibieron su palabra fueron bautizados;
y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina
de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en
las oraciones” (Hechos 2:41-42). De esta manera comenzó la iglesia de Cristo en
la tierra. Las enseñanzas de Jesús, aun frescas en las mentes de sus
discípulos, se llevaban a cabo fielmente, y se transmitían a las demás iglesias
que surgían en diferentes ciudades.
Lamentablemente el enemigo no
tardó en atacar la naciente iglesia. Varios años más tarde, el apóstol Pablo
escribió una carta a la iglesia en Roma, de la cual es parte el pasaje de hoy.
Aquí les habla de un grupo de individuos que estaban causando “divisiones y
tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido” Han
transcurrido casi dos mil años desde que se escribió esa carta, y en la actual
iglesia de Cristo podemos encontrar circunstancias que nos muestran un
deterioro aun mayor en la calidad espiritual de la misma. Poco a poco la
iglesia ha ido siendo cada vez más tolerante ante actitudes inmorales, las
cuales son condenadas por la palabra de Dios.
Sin duda hay un claro descenso
espiritual en la iglesia en relación a los principios cristianos que se suponen
practiquen y prediquen. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Es difícil saberlo. Pero
está muy claro el fin que espera a los que siguen esta decadencia espiritual.
Jesús dice en la carta a la iglesia en Efeso: “Recuerda, por tanto, de dónde
has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto
a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”
(Apocalipsis 2:5). Como miembro de la iglesia de Cristo, cada creyente debe
analizar su propia actitud a la luz de la Biblia y rechazar todo aquello que no esté de
acuerdo a la voluntad escrita de Dios.
ORACIÓN:
Bendito Dios, por favor ayúdame a
identificar todo aquello que no está de acuerdo con tu santa palabra, y dame
las fuerzas para rechazarlo. Por Cristo Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla”