Si Jesús hubiese querido
enriquecerse cobrando cuantiosas sumas por sus pródigos y sanidades milagrosas
habría sido el hombre más rico del mundo; seguramente que multitudes habrían
peregrinado de tierras lejanas para recibir curación, no importando precio ni
esfuerzo. Otros, simplemente habrían pagado por presenciar el espectáculo. No
obstante, y lejos de manifestar en lo más mínimo este mezquino interés, Jesús
tuvo -él mismo- que pagar aun con su vida por hacer gratuitamente estos favores
a los hombres; enseñando además a sus discípulos a seguir este ejemplo. Léase: “...ejemplo
os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis... Si sabéis
estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:15,17).
Contrario a las enseñanzas de
Jesús, muchos se han enriquecido a costas del evangelio; otros han torcido la
interpretación de las escrituras enseñando a buscar los bienes materiales como
la gran bendición de Dios, ignorando que ésta no se mide por los valores materiales
sino espirituales; y muchas aplauden estas erróneas interpretaciones apoyados
más en su propia avaricia que en verdad de las escrituras, según leemos: “...hombres
corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como
fuente de ganancia; apártate de los tales...” (1 Timoteo 6:5). ¿Que te parece?,
¿fue esto solamente para los primeros cristianos, o también para los que hemos
alcanzado el final de esta era?
Jesús
renunció a todo
“...siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo... hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7). Para venir a este
mundo Cristo renunció al hecho de ser Dios mismo, mediante la operación de uno
de los misterios más grandes; según leemos: “...grande es el misterio de la
piedad: Dios fue manifestado en carne...” (1 Timoteo 3:16). Despojándose de sus
atributos divinos se hizo increíblemente un ser mortal; y en la forma de hombre
vivió entre los hombres, pero debido a sus pecados no le conocieron, según
leemos: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le
conoció” (Juan 1:10). En el mundo no buscó ostento ni fama -cosas que añoran
los hombres- sino que nació en el pesebre de una aldea. Los padres terrenales
que escogió para que fuesen sus tutores no fueron príncipes de este mundo sino
personas muy sencillas y pobres; tampoco se instruyó a los pies de ningún sabio,
estimando como superior el conocimiento de Dios. Cuando escogió discípulos
buscó gente sencilla y menospreciada por la sociedad, gente calificada como
vulgo. Después de ello inició su grandioso ministerio enfocando su atención
principalmente a los pobres como la razón más poderosa de su misión. Leamos: “...juzgará
con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra...”
(Isaías 11:4). Su principal caminar era por las aldeas, según leemos: “y
saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por
todas partes” (Lucas 9:6). No por ello quiere decir que salvaba a todos los
pobres por ser pobres, sino enseñaba que dentro de ellos que están los más
necesitados de Dios a quienes él escogería; como asegura la Palabra : “...¿No ha
elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en la fe y
herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5).
Santiago -hermano en la carne de Jesús- impregna en este libro el singular
estilo de Cristo, de quien tenía su misma doctrina respecto a los pobres.
¿Quiénes
de verdad siguen a Cristo?
Un verdadero discípulo de Cristo
so sólo admira lo que él hizo, sino está dispuesto a imitar en todo a su
maestro; según leemos: “El que dice que permanece en él, debe andar como él
anduvo” (1 Juan 2:6). Aunque el mundo ha estado lleno de admiradores de Jesús,
a quien le cantan y vitorean; son demasiado pocos los que están dispuestos a
imitarle efectivamente, como lo enseña el apóstol Pablo: “Sed imitadores de mí,
así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). No basta, pues, con hablar de su
abnegación y renuncia, porque Él demanda lo mismo a quienes le siguen: “...si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame...
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiera su
alma?...” (Mateo 16:24,26). Note usted que para alcanzar a Cristo y su
salvación hay que estar también dispuestos a perder las glorias que este mundo
ofrece.
Cuando Cristo se refería a los
ricos, decía: “...¡cuan difícilmente entrarán en el reino de Dios los que
tienen riquezas! ...Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que
entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraron aun más, diciendo entre
sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Marcos 10:23,25-26). Aunque muchos han
pretendido atenuar el contenido de estas palabras, note usted que aun sus
discípulos -sin ser ricos- dijeron: “¿quién podrá ser salvo?” lo cual quiere
decir que la inclinación de los muchos a la avaricia -deseo de tener más- es
común en la raza humana.
¿A
quiénes mira Jesucristo?
Los ojos de Jesús nunca se
dirigieron a las grandes ciudades ni a los ricos, porque no necesitan de Dios;
los dioses de ellos son otros, según leemos: “Porque escudo es la ciencia y
escudo es el dinero...” (Eclesiastés 7:12). Respecto a la ciencia, dice: “...evitando
las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente
llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe...” (1 Tito
6:20-21) y respecto al dinero, dice: “...el amor al dinero, el cual codiciando
algunos, se extraviaron de la fe...” (1 Tito 6-10). Note, que ambas cosas
desvían a los hombres de la fe. Resulta antagónico el surgimiento de grupos
cristianos que promueven el poder político y la prosperidad económica como
señal de la bendición de Dios, bajo este punto de vista, tanto Cristo como
Pablo y demás discípulos vivieron bajo maldición, pues rechazaron la gloria de
los hombres para vivir como pobres. Léase: “...ni pongan la esperanza en las
riquezas, las cuales son inciertas... Que hagan bien, que sean ricos en buenas
obras... que echen mano de la vida eterna” (1 Tito 6:17-19). No basta con
admirar a Jesús, ni siquiera con entender su doctrina; hay que seguir su
ejemplo, si es que valoramos más la vida eterna que la vida en este mundo.
¿Lo
entiendeS tU?
“Gracia y Paz”
Vida Cristiana