Romanos 8:28
“Y sabemos que a los que aman a
Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados.”
Cuenta una pequeña historia que
un rey en África tenía un amigo íntimo desde su niñez. Su amigo tenía la
costumbre de ver de una manera positiva cualquier situación que se presentara
(fuera buena o mala). Y siempre decía: “¡Eso está muy bien!” Un día el rey y su
amigo salieron de cacería. El amigo cargó y preparó los rifles para el rey y
para él. Aparentemente algo hizo mal, pues cuando el rey fue a dispararle a un
venado el rifle explotó y le arrancó el dedo pulgar de la mano derecha. El
amigo examinó la situación y, como siempre, dijo: “¡Eso está muy bien!” A lo
que el rey, sumamente molesto, respondió: ¡¡No, esto no está nada bien!! Y
seguidamente lo mandó a la cárcel.
Un año después el rey estaba
cazando en un área muy peligrosa, pues existían en los alrededores tribus de
caníbales. De momento un grupo de estos caníbales atacaron y capturaron al rey
y su comitiva. Los amarraron a un poste, pusieron alrededor de ellos una buena
cantidad de leña y se dispusieron a cocinarlos para comérselos. Cuando se
acercaron para encender la hoguera, uno de ellos notó que al rey le faltaba un
dedo en una mano. Aquellos caníbales eran muy supersticiosos. Nunca se comían a
nadie que le faltara algún miembro del cuerpo. Tenía que estar completa la
persona. Así es que desataron al rey y lo dejaron libre, pero se comieron a
todos los demás.
En el camino hacia el palacio, el
rey se acordó de la ocasión en que había perdido su dedo y sintió remordimiento
por haber enviado a su amigo a la cárcel. Inmediatamente se dirigió a la prisión
y ordenó que liberaran a su amigo. Cuando lo vio, le dio un abrazo y le dijo:
“Tú tenías razón. Estuvo bien que yo perdiera mi dedo”. Y le contó lo que había
sucedido. “Perdóname por haberte enviado a la cárcel por todo este tiempo”, le
dijo el rey.
“¡Oh no!” -- le contestó el amigo
-- “¡Eso está muy bien!”
“¿Cómo vas a decir que eso está
muy bien?” “¿Cómo puede estar bien que yo haya enviado a mi mejor amigo a la
cárcel por un año?”, exclamó el rey.
“¡Pues claro!” – le respondió su
amigo -- “Si yo no hubiera estado en la cárcel me hubiera ido de cacería
contigo”.
Al igual que el rey de la
historia, muchas veces, al pasar por malos momentos en nuestras vidas, nos
molestamos, nos frustramos, y en ocasiones nos desesperamos, y hasta nos
quejamos con Dios. Pero, aún en esas circunstancias, no debemos olvidar su
promesa de “que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”.
¿Cómo es posible estar confiados en medio de una situación muy difícil de que
al final todo estará bien? La clave está en la soberanía de Dios. Debemos
recordar que Dios tiene el control siempre. Aun cuando parece que el mundo está
en un caos total, podemos confiar que Dios sigue siendo el Rey y Señor de todo.
Debemos tener la seguridad de que el Señor está trabajando activamente en todas
las cosas. El está moviendo las circunstancias para que al final resulten
favorables a ti. Lo hizo con José. Lo hizo con Job. Lo hizo con su Hijo Jesús,
a quien levantó de los muertos y lo exaltó hasta lo sumo. Lo hará contigo
también, por muy difícil que te parezca tu situación, si mantienes tu confianza
en él.
Al saber que nuestras
dificultades son parte del plan de Dios para nosotros, debemos estar
agradecidos al Señor por conducirnos a través del camino lleno de obstáculos, y
podemos regocijarnos por el hecho de que Dios está obrando y usando los tiempos
difíciles para darnos madurez espiritual, y sobretodo un final victorioso.
¿Hace esto menos dolorosas las dificultades? Por supuesto que no. En la vida
tenemos que pasar por momentos dolorosos. Pero nuestra esperanza, a diferencia
de aquellos que no aman a Dios, reside en que el Señor siempre cumple las
promesas que ha hecho para sus hijos. Jesús les advirtió a sus discípulos: “En
el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan
16:33). Esta es nuestra parte: Confiar. El resto está en las manos del Dios
todopoderoso, quien “todo lo que quiere lo hace, en los cielos y en la tierra,
en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6).
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego aumentes mi
fe para poder ver las bendiciones que tú tienes preparadas para mí, aun en
medio de todas las dificultades que estoy enfrentando. En el nombre de Jesús,
Amén.
“Gracia y paz”
Dios te Habla