Filipenses 2:1-8
“Por tanto, si hay alguna
consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del
Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi
gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma
cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno
por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Una de las características del
ser humano que más se pone de manifiesto en el diario vivir es la falta de amor
de los unos por los otros. El egoísmo controla casi todas nuestras actitudes y
nuestras acciones. Lo podemos ver en la constante agresividad de los chóferes
tratando de adelantarse a los demás en medio del tráfico o en el intento de
posesionarse del único estacionamiento disponible en un momento determinado. Se
manifiesta en la deshonesta intención de algunos de “colarse” en una fila sin
importarles que quizás los que están allí llevan mucho tiempo esperando su
turno. Podemos verlo en el deseo de ascender en el trabajo a cualquier costo
sin importar si los demás compañeros se perjudican. Es también evidente en la
falta de consideración de muchos con las personas mayores y con los
incapacitados, y en tantas otras cosas que denotan falta de amor y compasión.
Nada de esto veríamos si nos
amáramos los unos a los otros, pues entonces desearíamos el bien de los demás
antes que nuestro propio beneficio. En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo
exhorta a la iglesia de Filipos a que vivan en amor y que no hagan nada por
contienda o por vanagloria sino más bien con humildad, “estimando cada uno a
los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio”.
No es nada fácil considerar a alguien superior a uno mismo, pues nuestra
naturaleza carnal nos impulsa a actuar de manera contraria, es decir a sobre
estimarnos. Es imprescindible una gran dosis de humildad que tiene que venir de
una fuente sobrenatural, no de nosotros mismos. Tiene que haber en nosotros el
mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, “el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo”, continúa diciendo Pablo.
“Sed imitadores de mí, así como
yo de Cristo”, escribió Pablo en su carta a los Corintios. Si nosotros
imitáramos la manera en que Jesús actuó, el mundo sería totalmente diferente.
Si fuésemos humildes como él fue, si tuviésemos el carácter de siervo que él
tuvo, seríamos capaces de amar, de servir a los demás y sentir compasión por
ellos como él lo hizo. Al pensar en lo que el Hijo de Dios dejó para venir a
esta tierra, y la manera en que se humilló a sí mismo llegando a dar su vida en
la cruz por nosotros, deberíamos sentir la motivación de imitarlo tratando a
los demás con amor y humildad, y hasta considerarlos superiores a nosotros
mismos.
Pero tenemos que entender que
esto es imposible para nosotros, pero es totalmente posible para el Señor.
Hagamos nuestra la declaración de Pablo en su carta a los Filipenses: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13), y vivamos una vida en la
cual el Espíritu Santo esté controlando nuestras acciones. Entonces el carácter
de Jesucristo se manifestará en nosotros y seremos capaces de imitar su
comportamiento.
Esto sólo se consigue buscando el
rostro del Señor en oración cada día y leyendo Su Palabra, meditando en ella y
haciendo todo lo posible por aplicarla a nuestras vidas.
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego
me ayudes a actuar con amor y compasión hacia los demás. Dame el carácter de
siervo de tu Hijo para que yo pueda humillarme y estimar a otros como
superiores a mí mismo, y que tu amor y tu misericordia se manifiesten a través
de mí. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla