Nehemías 6:1-3
“Cuando oyeron Sanbalat y Tobías
y Gesem el árabe, y los demás de nuestros enemigos, que yo había edificado el
muro… Sanbalat y Gesem enviaron a decirme: Ven y reunámonos en alguna de las
aldeas en el campo de Ono. Mas ellos habían pensado hacerme mal. Y les envié
mensajeros, diciendo: Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la
obra, dejándola yo para ir a vosotros”.
En tiempos de la reconstrucción
de los muros de Jerusalén, bajo el formidable liderato de Nehemías, este
juntamente con el pueblo tuvo que afrontar grandes contratiempos, dificultades
y abierta oposición lo cual amenazaba seriamente el progreso de la obra.
Lo primero fue el expresado
disgusto de Sanbalat por la presencia de Nehemías en Jerusalén con el fin de
iniciar la obra de reconstrucción (Nehemías 4:1). A esto siguió la acusación de
rebelión que este siniestro personaje Sanbalat formuló contra Nehemías,
habiendo sido iniciada ya la obra de la reconstrucción de los muros estos
mismos, Sanbalat y Tobías se reían y ridiculizaban la obra diciendo que si una
zorra se subía al muro lo derribaría (Nehemías 4:2, 3).
Cuando se hubo terminado la mitad
de la obra Sanbalat, Tobías y otros, los mismos de siempre conspiraron todos a
una para venir a combatir a Jerusalén y a hacerle daño (Nehemías 4:6-8). El
gran líder Nehemías siempre afrontaba cada dificultad con oración, y dice:
“Entonces oramos a nuestro Dios, y por causa de ellos pusimos guarda contra
ellos de día y de noche” (Nehemías 4:9).
Después que toda la obra del muro
hubo concluido, el Sanbalat de siempre, esta vez con ropaje de oveja envió un
mensaje a Nehemías diciendo: “Ven y reunámonos en alguna de las aldeas en el
campo de Ono. Mas ellos habían pensado hacerle mal” (Nehemías 6:2). La sabia
respuesta de Nehemías desvaneció una vez más la conjura, Nehemías dijo: “Yo
hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir
a vosotros” (Nehemías 6:3). Por cinco veces consecutivas Sanbalat repitió el
mismo mensaje, pero siempre fue rechazado por Nehemías.
Luego Sanbalat hizo un último
esfuerzo para impedir la realización de la obra y alquiló un profeta falso para
que dijese a Nehemías que se escondiese porque esa noche lo iban a matar.
Nehemías conocedor de la voluntad de Dios no se dejo engañar, ni amedrentar, y
respondió: “¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo,
entraría al templo para salvarse la vida? No entraré” (Nehemías 6:11).
Al fin de todas estas luchas
acabose pues el muro “y cuando lo oyeron todos nuestros enemigos, temieron
todas las naciones que estaban alrededor de nosotros, y se sintieron
humillados, y conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra” (Nehemías
6:16).
Al estudiar esta parte de la
historia del pueblo de Israel, hayamos un marcado paralelo con los tiempos de
hoy, ¿acaso en nuestras iglesias locales no han existido alguna clase de disgustos,
oposición, persecución, acusaciones, burlas, ridículo, desprecio, conspiración,
traiciones, hipocresía, amenaza, falsas profecías, etc.?, de todo; pero gracias
a Dios que en todo esto y en todo momento, mediante la oración y la dependencia
de Dios, sabemos que hemos tenido la ayuda y la dirección de nuestro Dios para
neutralizar toda suerte de ataques y oposición, y poder seguir adelante,
sabiendo que Dios nos ha encomendado una grande obra en el mundo. Esa profunda
convicción de que estamos en el centro de la voluntad de Dios no ha mermado en
nosotros, al contrario va en aumento, y seguimos adelante llevando el glorioso
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Se levantan los Sanbalat, los
Tobías, los Gesem el árabe, los Alejandro, los Diótrefes, los que se apropian y
se enriquecen con el dinero de la obra de Dios, los que quieren destruir la
obra, pero “en todas estas cosas somos más que vencedores” (Romanos 8:37), pues
Dios “nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Corintios 2:14).
Verdaderamente Dios nos ha
confiado la realización de una grande obra. Es la grande obra de la
evangelización del mundo; la grande obra de la conservación y proclamación del
genuino testimonio del Pentecostés; es la grande obra de mantener encendida la
llama del ministerio sobrenatural y milagroso de los dones del Espíritu Santo,
libre de los extremismos, de la incredulidad y del fanatismo; es la grande obra
de crecer y al mismo tiempo guardarnos pequeños; es la grande obra de mantener
un testimonio limpio, sin mezclas ni compromisos con lo mundano.
Esta convicción y comprensión de
que Dios nos ha encomendado una grande obra es la posesión y la pasión de todos
los obreros del Señor unidos a este gran esfuerzo. Y cuando alguno no es fiel a
Dios, ni a la obra de Dios, ni a su palabra, ni a la confianza que se deposita
en él o en ella, y traiciona la confianza a la congregación y a la obra del
Señor, Dios mismo se encarga de eliminarlo. “Los malos, que son como el tamo
que arrebata el viento. Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, ni
los pecadores en la congregación de los justos” (Salmo 1:4, 5).
Cuando Judas traicionó a Cristo
reconoció su pecado y dijo: “He pecado”. Y fue y se ahorcó. Otros no reconocen
sus traiciones y cuando son descubiertos se comportan como dice en el libro de
Isaías 32:6 y 7, como sigue: “Porque el ruin hablará ruindades, y su corazón
fabricará iniquidad, para cometer impiedad y para hablar escarnio contra
Jehová, dejando vacía el alma hambrienta, y quitando la bebida al sediento. Las
armas del tramposo son malas; trama intrigas inicuas para enredar a los simples
con palabras mentirosas, y para hablar en juicio contra el pobre”.
Amados, en esta grande obra no
importa todo el embate del enemigo del norte, del sur, del este, o del oeste,
de dentro y de fuera; con la ayuda del Dios altísimo, no arriaremos la bandera
de la evangelización mundial, de la obra misionera, de la sana doctrina, del
limpio testimonio, del sacrificio por la obra y la salvación de las almas, de
la dependencia de Dios, de la obediencia a su Palabra.
Ciertamente la obra es del Señor.
Esta es su obra, nosotros sus obreros; esta es su labor, nosotros sus
colaboradores; esta es su viña, nosotros su labranza; esta es su vid, nosotros
sus pámpanos; esta es su Iglesia, nosotros sus redimidos; este es su cuerpo,
nosotros sus miembros; esta es su posesión, nosotros sus siervos; este es su
reino, nosotros sus súbditos; esta es su familia, nosotros sus hijos; esta es
su herencia, nosotros sus herederos; esta es su ciudad, nosotros sus
ciudadanos.
Hermanos, a la Obra de Dios, al Reino de
Dios, a la Ciudad
de Dios “no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y
mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del
Cordero” (Apocalipsis 21:27).
¿Quieres pertenecer a la Obra de Dios, a su Iglesia, a
su Reino, a su Familia? Arrepiéntete de las cosas que estas haciendo mal y
acepta que Cristo guíe tus pasos. Y si estás descarriado, vuélvete al Señor.
“Gracia y Paz”
Tiempos de Apostasía