Hebreos 10:1-4
“Porque la ley, teniendo la
sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede,
por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer
perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los
que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de
pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los
pecados.”
En este pasaje, el autor de la
carta a los Hebreos menciona los sacrificios de animales en el Antiguo
Testamento, a los cuales se refiere como “la sombra de los bienes venideros.”
Es decir, señala hacia el futuro, a la Persona y al sacrificio de Cristo. Dice
que aquellos sacrificios no eran “la imagen misma de las cosas”, o sea eran una
pobre sustitución de lo que habría de venir: el perdón de pecados y la
reconciliación del hombre con Dios. Por eso los sacrificios se repetían año
tras año, poniendo de manifiesto la ineficacia de la sangre de los toros y de
los machos cabríos para quitar los pecados del hombre. Más adelante leemos en
esta epístola que nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz del Calvario y
resucitó al tercer día, y ahora está sentado a la diestra de Dios. Su sangre
derramada tiene el poder de lavar los pecados de aquellos que aceptan este
magnánimo sacrificio, ya que Cristo, “con una sola ofrenda hizo perfectos para
siempre a los santificados” (Hebreos 10:11-14).
En una ocasión, en un servicio de
adoración de una iglesia a la que la habían invitado, una joven sintió
fuertemente en su corazón el llamado de Dios. Ella respondió positivamente y
aceptó a Jesucristo como su Salvador. Aquella mujer tenía un pasado muy oscuro.
Había estado envuelta en drogas, alcohol y prostitución. Pero el cambio en su
vida fue inmediato y evidente en todos los aspectos. Con el pasar del tiempo,
ella se convirtió en una miembro fiel de la iglesia y comenzó a servir como
maestra de niños.
Tiempo después, el comportamiento
de esta joven captó la atención del hijo del pastor de la iglesia, y nació
entre ellos una relación amorosa. Cuando comenzaron a hablar de casarse,
surgieron problemas en la iglesia. Muchos de los miembros consideraban que el
hijo del pastor no debía casarse con una mujer que tuviera ese tipo de pasado.
Un espíritu de rumor, chisme y juicio comenzó a hacerse sentir fuertemente en
la iglesia, a tal punto que el pastor citó a todos los miembros a una reunión
para discutir el asunto.
A medida que en la reunión se expresaban
los distintos puntos de vista, las tensiones se hacían cada vez más fuertes. Al
mismo tiempo aquella joven, centro de la discusión, se iba sintiendo cada vez
más incómoda acerca de todas las cosas que habían salido a relucir de su
pasado. Hasta que, visiblemente afectada, comenzó a llorar. Fue entonces que,
no pudiendo soportar más el dolor por el que su prometida estaba pasando, el
hijo del pastor se puso de pie y comenzó a hablar: “Yo creo que no es el pasado
de mi futura esposa lo que se está juzgando aquí en esta noche. Realmente lo
que ustedes están debatiendo es la capacidad de la sangre de Jesucristo para
lavar los pecados. Hoy, ustedes han juzgado la sangre de Jesús. La pregunta es:
¿Es capaz esta sangre de limpiar los pecados o no?” Por un minuto, hubo
silencio absoluto, hasta que todas aquellas personas fueron dándose cuenta que
habían estado denigrando el poder de la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y
muchos comenzaron a sollozar.
La Biblia dice que “si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Dice, “limpiarnos de toda maldad”, no
dice de “alguna” maldad o “de parte” de nuestra maldad. No importa cuán negro y
turbulento haya sido tu pasado. Si tú te arrepientes y confiesas tus pecados de
todo corazón delante de Dios, la sangre de Cristo es poderosa para perdonarte y
limpiarte de todos tus pecados y hacerte una nueva criatura.
ORACION:
Padre santo, gracias por la preciosa sangre de Cristo derramada en la cruz.
Confieso mis pecados y te pido perdón. Ahora sé que he sido justificado ante
ti, y limpiado de una vez y por siempre. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios Te Habla